el orgasmo de José



Tanta luz de luna seguro había contribuido a abrir bien las piernas de Julieta y poner en su punto el miembro de José, aunque también podría atribuirse a las largas carcajadas, al calor de la noche o a los días de espera. El caso es que el magnetismo estaba fuerte esa madrugada. Las persianas, mal cerradas, les pintaron la piel como de zebra. Las líneas de luna llena les recorrían el cuerpo al ritmo de la cadera de José. Hicieron el amor calladitos, sin saberse vivos, muertos, dormidos o despiertos; entregándose puramente, ya ni siquiera el uno al otro, sino al placer que el otro tenía para el uno. Algo borrachos. –Cómo te lo hago?– susurró José –Como tú quieras…… así está muy bien­– alcanzó a pronunciar ella con el aire que le salía de los pulmones. José iba y venía, sin reventar, como un tsunami que no se decide a destruir la isla y nomás va inflando a los habitantes de miedo hasta que mejor se avientan al mar. José subía y bajaba retorciendo a su gusto el cuerpo de mujer que penetraba, como una manada de chimpancés colonizando sin piedad todas las ramas de una parota. José entraba y salía como el alegre distraído quien siempre vuelve por algo que olvidó y acaba llevándose todo el contenido de la casa, dejándola vacía... y así, poco a poco, acabó por dejar vacía a Julieta, quien le entregó el último y más delicioso temblor del cuerpo en una cajita rotulada así: mi orgasmo. No pararon. Julieta tenía muchas de esas cajitas, bien escondidas, y José quería encontrarlas todas y de paso darle una a ella, pero el objetivo se fue subordinando a lo interesante de la búsqueda. Julieta lo veía en la oscuridad a través de sus pestañas sudadas y, sin conseguir pensar, su melena le recordaba subconscientemente al león que había visto de niña en el zoológico; mientras ella, tirada, parecía un venadito agonizando, quemándose de adentro hacia afuera por la alta temperatura de su sangre. Habían dejado de ser humanos sin convertirse del todo en animales. Estaban en el punto perfecto para morir y sublevarse como Buda derrotando a Houdini, desafiando a Dios, guiñándole un ojo al Diablo y mirando por primera vez a la verdadera y no virgen María, tras la cual, la falsa se revelaba como el ser más bestial de la historia humana, maldecida con un cuerpo que había servido a la naturaleza sin oportunidad de servir a las divinidades acurrucadas en su clítoris. Pero en lugar de morir se acostaron en la cama, rendidos. Después de varios intentos José logró levantarse y vestirse. Sentada y desnuda, Julieta le palpó las bolsas del pantalón y le dijo: ¿no olvidas nada? –Mi orgasmo– contestó José con una sonrisa. –Aquí te lo guardo­. –No se lo des a nadie. –¿A quién se lo voy a dar si es tuyo?  



2  
Diecisiete horas después, mientras el sol se metía tras los edificios, el bote de basura del cuarto de Julieta empezó a temblar. Se detuvo. Desde la cama, Julieta lo miró por encima del libro, el bote se movió de nuevo. Se paró en el colchón de un salto, pensando que una rata o algún otro bicho de alcantarilla saldría a morderle los tobillos. El bote trepidó un poco más, mucho más, cada vez con más fuerza. Ya hasta había avanzado un poco. Julieta se puso histérica, agarró un atlas grande que tenía en el buró, se quitó el asco con una cachetada y se lanzó a tapar el bote de basura bailarín que ya hasta daba saltos y vueltas. Justo cuando iba a poner el libro encima para atrapar a la criatura salvaje, fuese lo que fuese, el bote se deslizó sobre su costado escupiendo la basura. El orgasmo de José salió corriendo del estrujado y seco condón como loco, perdido, echando llamaraditas de fuego. Julieta lo vio pasmada. El orgasmo daba vueltas por todos lados sin encontrar una salida: se metió bajo la cama, se estrelló contra un zapato, chamuscó las patas de madera y por fin vio la puerta cerrada del otro lado. Julieta le aventó un vestido encima cuando ya iba a colarse afuera por el resquicio, pero el vestido se incendió y el orgasmo logró salir. En cuanto lo vio irse pisoteó el vestido, lo tomó y salió a la calle a toda prisa. Además de por quedarle tan mal a José, Julieta se preocupó por el pobrecito orgasmo, tan frágil, tan inocente, tan lleno de energía y sin saber para dónde ir. Lo vio brincar a un árbol seco en la esquina de su casa. Le marcó a José mientras corría… buzón… le mandó un mensaje: “ tu orgasmo escapó, en cuanto veas esto márcame” . –¡hey, tú, ven aquí. No te voy a hacer daño! ¡ven, ven, bonito!– Le gritó Julieta desde abajo con el vestido quemado y extendido en sus brazos. El orgasmo, quien parecía haber tomado varios litros de café negro, la miró con ternura y saltó cayendo en su cara, ella se lo sacudió bruscamente para evitar desfigurarse. El orgasmo corrió haciendo un ruido estentóreo tras el cual no menos de cuarenta perros se pusieron a aullar. La copa del árbol estaba en llamas. Lo persiguió hasta el parque, lo vio ir directo a la fuente y al verlo saltar adentro dio todo por perdido. Se acercó lentamente ya con lágrimas en los ojos, pero al asomarse, vio al orgasmito nadando tranquilamente panza-pa-arriba, ya sin fuego, transparentando el azulejo lamoso y aventando al cielo un chorrito diminuto que le caía encima de nuevo. Julieta se sentó en el borde de la fuente a esperar que terminara el regocijo, mirando a la calle. Cuando el orgasmo salió, se sentó junto a ella a mirar también, por encima de los arbolitos del parque, la fumarola que se alzaba allá atrás.  


3
José vió el mensaje a la mañana siguiente. Pensó que Julieta estaba loca pero de todos modos le marcó para preguntarle de qué se trataba su sucia broma. – Eso que te digo. Te lo puedo repetir pero va a sonar igual de extraño. –¿Pero cómo sabes que era mi orgasmo? ¿Cómo sabes que era UN orgasmo? ¿segura que no era un rata? –Estoy segura que era un orgasmo y estoy segura que era tuyo porque eres el primer hombre que entra en mi cuarto a hacerme el amor, además salió del bote de basura, del condón. No sé explicarlo…– A José no le interesaba saber de dónde había escapado el tal orgasmo, pero sí le llamó la atención aquello de ser el primero con quien Julieta tenía relaciones sexuales en su cuarto– … pero tengo certeza absoluta de que era un orgasmo, se parecía en todo a uno sólo que estaba afuera del cuerpo. –Bueno, y cuéntame cómo son los orgasmos. –No sé, cambió de forma muchas veces, primero parecía una bolita despeinada de fuego, después un pulgarcito y después era casi una masa de gelatina transparente.– ­ José estaba seguro de que esta vez se había metido con una esquizofrénica desquiciada, pero, sin saber por qué, lo que la línea telefónica transmitió fue: –Bueno, pues vamos a buscarlo. Voy para allá. –No, no te preocupes, después se tranquilizó y me pidió que lo dejara ir. –¡¿Qué?! –¡Me prometió que volvería! –¡Es un orgasmo Julieta, no puedes confiar en él, un orgasmo es capaz de cualquier mentira con tal de salirse con la suya!– José ya estaba más loco que ella.  


4
Pensó en muchas posibilidades, explicaciones y soluciones de las cuales Julieta sólo entendió la urgencia: tenían que comprobar si iba a seguir teniendo orgasmos o no. Veinte minutos después José, acostado, respiró hondo y aspiró: volaron unas cenizas del delicado que estaba fumando y que habían caído en su pecho; como el “ amén” de una oración iniciada por sus hombros en gratitud por la pérdida de las toneladas de preocupación que cargaba: Sí, todavía podía venirse, con tanto placer y naturalidad que estuvo olvidado del asunto por mucho tiempo. –Tu orgasmo se fue porque no quería esperarte a que volvieras. Sólo a ti se te ocurre dejarlo resumido en el condón entre la basura. –No tenía idea de que estaba ahí. ¿crees que ahorita esté buscando vaginas? –No, debe estar buscando penes... para venirse... creo que necesitan el semen para morir o algo así; puede ser en una vagina, boca, mano... calcetín... papaya. Tú lo dijiste, son capaces de todo para salirse con la suya. –¿Te contó todo eso? –No escuché bien muchas cosas, hablaba muy raro. –¿Sabes qué ha de ser? Un orgasmo es como un pedacito de muerte, de ahí que el producto, en el peor de los casos, sea vida nueva... quizá así se siente morir. Después de un silencio José exclamó. “ El orgasmo es mío. ¡Wow, qué concepto!, pues qué grande cabrón que quiere hacer lo que le da su gana. Lo puse bajo tu cargo. Ven, vamos a buscarlo.” Julieta quedó hinchada de duda sobre el concepto en el que habría pensado José. Regresaron esa misma tarde después de recorrer infructuosamente toda la colonia en busca de cualquier tipo de pista. A lo lejos, los espejos de una torre bancaria reflejaban las nubes anaranjadas. –¿Cuánto tiempo llevas viviendo en esa casa? –Como dos meses­­­– Tras unos pasos en silencio, agregó– José, no te hagas ideas no es cosa de castidad, le tengo miedo a las malas vibras… no dejo que entre cualquier pitudo.– Y creyó escuchar una risilla a su lado. A pocas calles de ahí, el orgasmito aspiraba una hoja inodora de fresno como hipnotizado, más grandote. José sabía que su orgasmo iba a volver tarde o temprano, ese orgasmo era para Julieta, aquel puto debía saberlo muy bien.