Pistaches


Una mujer habla con su prima por teléfono sobre la desgracia de tener que pasar la tarde del sábado limpiando el cochambre de la cocina.
La llamada se corta y ella se detiene a leer las instrucciones del ácido muriático, y lee:

En un litro de tequila verter 100 mililitros de ácido. Tomar un caballito diariamente.
IMPORTANTE: en caso de ingestión, llamar a algún familiar o amigo.

Por supuesto, se le hace muy raro. La inteligente señora no descarta estar metida en algún reality show o peor aún, en un cuento de Kafka. Llega su hijo corriendo, sudoroso, olvidó las crayolas. Al ver a su mamá poniéndole ácido a la botella de “Herradura reposado” piensa que quiere matar a alguien pero no descarta la posibilidad de que su madre se haya vuelto loca; o de que haya, realmente, jugo de limón ahí dentro.
En la escuela, el niño dibuja una gran televisión con un pájaro volando adentro y el logo del Discovery Channel en una esquinita. Su maestra lo regaña y escribe una nota que debe regresar al día siguiente a sus manos, legítimamente firmada por su madre.
La nota dice:
“estimada Señora Ramírez, ya van siete veces que su hijo dibuja la tele de su casa, creo que debería salir más, para agarrar más inspiración.” Al volver de la clase, su mamá está jugando cartas con la prima.

Tienen la botella de tequila en la mesa y la prima le ha estado hablando de su divorcio. El juego que juegan lo inventaron: el trébol y el diamante es cada uno de sus maridos muertos, el corazón es el jefe de la prima, y el basto, la suegra de la viuda Ramírez; cada número corresponde a un insulto. Cada carta que sacan del mazo es un “Luis pendejo”, “Aurora puta”, “Cesar de mierda”, “Hugo bestia “Aurora maricón”, etc. Cuando se acabe el mazo van cambiar los personajes para poder insultar también al presidente, a doña Lupe y a los dos amantes de la prima. El niño le pasa la nota y una crayola verde a su madre, cuando la mujer está a punto de firmar se pregunta: “¿Y si no hubiera hombres en el mundo? Mi hijo sería hija o más bien no existiría.” La única neurona de la señora explota y ella muere por sobrecargar su cerebrito de pistache.
No, N, No es cierto, ella muere por causa del ácido, es decir, por el excesivo reposo de su única neurona, con la cual no contó al momento de leer las raras instrucciones del pomo. La llamada a la cruz roja queda interrumpida por la súbita muerte de la prima que marcó, y la catatonia del niño que no retomó el auricular.

El cochambre de la cocina es limpiado por el staff de Sustainable Cities A.C. pues la casa era rentada y el niño acabó en el orfanatorio, sin hogar ni allegados. Las oficinas quedarán perfectas ahí porque en esa pequeña cocina los empleados podrán hacer el café, calentar su lunch o preparar algo sencillo de comer cuando no lleven nada. Por fortuna, Sustainable Cities A.C. visita el orfanatorio en Navidad y llevan a todos los niños a plantar ficus en el boulevard De la Paz.

El biólogo Conrado Xicotencatl acaba de comprar una bolsita de pistaches con cáscara, porque son más baratos. Cruza la avenida sujetándose el sombrero con la mano derecha para que el viento no se lo lleve volando a la lejana China. Ve a los niños plantando semillas y va hacia ellos, abriendo el paquetito. Come un pistache. Come otro. Encierra el paquete en su mano derecha. Paco Ramírez lo ve acercarse, cree que es Jesucristo porque trae plumas negras de zanate tras la oreja, entre su largo pelo suelto igual de negro que las plumas. “Jesucri…” grita Paco, Conrado alcanza a taparle la boca. “Aquí no” dice Conrado. Como es fan de la paranoia, y para sentirla frecuentemente hace las cosas lo más sospechosamente posible, se lleva al niño a la vuelta de la esquina con el temor de que la gente piense que lo está raptando para sacarle los órganos; como ha estado pasando últimamente. Lo suelta, no le sonríe y abre una mano, en la cual, mágicamente aparece una bolsita de plástico con pistaches encerrados. Conrado le dice:
Te voy a regalar esto si me dices de qué árbol son las semillas que les dieron esos gringos para plantar.
Paco responde: usted es diocito.
“Eso no es un árbol” dice Conrado.
“De Ficus” rectifica el niño.
Entonces Conrado se extraña de que un grupo con la intención de limpiar el aire esté plantando fícus, el árbol más problemático: cualquier huracán lo arranca, no limpia bien el aire, atrae palomas y levanta las banquetas. Se da cuenta de que Sustainable Cities A.C. es una farsa bien montada; de que esos gringos están lavando dinero, o huyendo de su país de origen; de que ni siquiera vale la pena preguntar sus nombres porque serán falsos. Tan falsos como el recuerdo que he tratado de enterrar durante siglos en libros y libros enteros de mi propia literatura. Mi mamá no le echó ácido al tequila por seguir unas instrucciones, no lo hizo por error, ni siquiera lo echó al tequila. Ni siquiera tuve madre. Llevo años confundiéndome en recuerdos que parecen tan desligados y tan absurdos que prefiero no prestarles atención. Soy una memoria que nunca encontró la cordura y sólo por eso no la ha perdido. Imito, falsifico, me dejo engañar y uso la valentía de mi suntuoso par de huevos sólo para defenderme de la verdad, pero no para hacerme digna de ella. Tengo más de doscientos años de edad y creo, firmemente, que los mayas, las mujeres y los pistaches no existen.